Tarde de sol, campito y futbol; dos tachos de
pintura herrumbrada hacían de arco y un puñado
de pibes arremolinándose en procura del balón.
Juancito era el dueño de la única pelota de cuero en
varias cuadras a la redonda, el Partido terminaba
cuando su mamá lo llamaba – Juanchi vamos que es
tarde- y nosotros suplicando -dele doña déjelo un
ratito más- con suerte jugábamos el descuento ya
entrada la tarde.
Al final Juancito se iba dejándonos con las ganas de
seguir pateando no había más remedio que caminar
hasta el kiosco del Gallego, para rematar el día con
algo refrescante, todos aportábamos con lo que
teníamos, el Gallego contaba desconfiado las
moneditas de lo pibes que apenas alcanzaba para la
gaseosa.
La botella pasaba de mano en mano de boca en
boca haciendo la ronda sin privilegios había un
cierto código y respeto; sentados en la vereda
charlábamos hasta que las primeras sombras nos
anunciaban el momento de enfilar cada uno para su
casa.
Hoy se cruzan en mi recuerdo aquellos momentos
donde cada uno exponía su saber con pasión digna
del fanático de la tribuna -vos que sabés- gritaba
uno -callate vos no sabés nada- replicaba el otro y
así hasta el cansancio, claro y todo esto
acompañado con exultantes ademanes propios del
neorealismo italiano.
En el campo de juego Dani sobresalía por sobre
todos nosotros, él era un fenómeno natural, cuando
recibía la pelota dejaba un tendal en su camino y
pateaba como un caballo, el arquero contrario
refunfuñaba si el balón pasaba razando el
imaginario travesaño, pues tenía que ir a buscar la
pelota muy lejos, nos reímos mucho el malo va al
arco y va a buscar la de cuero.
Para mí Dani era un poco raro, en el barrio casi
todos eran de Boca o River los equipos más
populares de Argentina, Dani no era de ninguno a
pesar de que conocíamos su inclinación por
Independiente el cuadro de su padre, Dani era de
cualquiera que estuviese al tope de la tabla de
posiciones y así el gritaba por Estudiantes, Velez,
hasta por Saca-chispas si se cuadraba, se
comentaba que era un vendido.
Pasaron los campeonatos y en un año en que
Rosario Central punteaba en la tabla, Dani cuando
tomaba pelota se autonombraba como los
jugadores de ese equipo, toda la tarde así hasta que
me cansé de escucharlo y le grito -callate vendido-
El me ignoró y siguió jugando como si nada.
El Partido transcurrió sin sobresaltos, Juancito
obedeciendo a su madre se llevó la redonda y ya en
el kiosco del Gallego, botella en mano Dani me
pregunta -Por que me decís vendido?- no había
enojo en su tono -vos sos de Independiente- le digo
-Sí y qué- replica – un día sos de Central otro de
Gimnasia eso es de vendidos- le contesto, los pibes
asintiendo mi respuesta con la cabeza, Dani se
levanta pasa la gaseosa y hablando para todos casi
enojado – ustedes son de Boca o River, Boca! Boca!
River! River! y de ahí no salen, yo soy hincha del que
mejor juega, no me importa el color de las
camisetas, “yo soy hincha del futbol”- la respuesta
de todos no se hizo esperar -Ha… que vivo- -eso no
vale- -así es ser vendido-.
Dani se fue en silencio.
Y pasaron los años, la vida nos llevó por caminos
diferentes, aquel grupo de pibes quedó en la
memoria, como un grato recuerdo, tantas cosas he
olvidado sin querer y otras queriendo he visto pasar
tantos Boca-River sucediéndose sin pausa y sin
límites, paredes pintadas de un color u otro, hoy
pienso cuanta razón tenía aquel jovencito,
obnuvilados por el color de nuestra pasión nos
perdemos de jugar el gran Partido, o por lo menos
ser participes de algo que esta más allá de los
colores.
Quizás ese era el secreto de aquel crack.
-Jorge Visconti.