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Breves consideraciones sobre el amor y el odio

Para poder aproximarnos hacia alguna referencia sobre el concepto de odio, debemos tratar de definirlo.

Para tal fín, tomare las nociones Lacanianas al respecto. Lacan siguiendo a René Descartes toma al amor y al odio como pasiones y le agrega la pasión de la ignorancia, es decir que la triada amor, odio e ignorancia forman las tres pasiones del ser, vale aclarar que para Lacan hablar del ser, es siempre situarlo como ser que está siempre en falta.

Etimológicamente la palabra pasión viene del latín y significa: sufrir, aguantar.

A diferencia de la palabra afecto que también proviene del latín y significa el estado agradable hacia una persona o cosa.

En la noción de los afectos, lo primero a poder situar es la idea de que los afectos engañan, pues no revelan la verdad del sujeto y se desplazan y no necesitan elucidación, es decir desciframiento.

En cambio las pasiones atestiguan de forma estructural la falta en ser y los efectos sobre la subjetividad.

Retomando la definición del odio, situada como una de las pasiones del ser, en su forma más estructural, se conjuga con las otras dos pasiones del amor y la ignorancia.

¿Qué se padece? ¿Qué se sufre y se aguanta?

Rápidamente podríamos contestar que la falta en ser, situar al ser en su falta es poder ubicar que no hay nada que pueda colmar en forma absoluta esa falta.

No hay consumo de nada material ni amor que pueda cubrir eficientemente esa falta y eso se traduce en un sufrimiento estructural.

Se aprecia así que el amor es una ilusión una ficción y no por eso pierde su valor o el gusto que tenemos por él.

El amor apunta a la ilusión que pueda haber un encuentro con el otro que efectivamente suture esa falta constitutiva en el sujeto, el amor apunta a los emblemas supuestos en el otro, a los semblantes del otro, el amor intenta velar, vestir al otro de modo que el encuentro con el sea posible y agradable en tanto su falta y la propia queden recubiertas por la ilusión. En el estado de enamoramiento se lo cubre al enamorado con todos los ideales.

Aquí se articula a la pasión de la ignorancia que intenta dirigirse al otro al que ilusoriamente e ilusamente lo colme y me colme sin falta.

Lacan situaba que “no hay amor que no termine en odio” es por eso que propone un neologismo, una palabra que pueda nombrar esta articulación de amor y odio y inventa la palabra “odioenamoramiento”, se ve llevado a esto ya que ese amor apasionado e ilusorio fracasa en el intento de hacer de dos uno, cae la idea de la completud, la idea de la media naranja. Aquí aparece el odio como esa pasión mas lucida, el odio apunta directamente al núcleo de esa falta en ser, la propia y la del partenaire, aquellos momentos idílicos y eróticos pasan a ser impulsos agresivos y de rechazo al otro y su forma de goce, su manera de ver la vida y de disfrute de la misma solo generan rechazo e imposibilidad del encuentro con el otro.

Queda claro entonces que la noción de “odioenamoramiento” articula de forma clara las pasiones del ser, el amor, el odio y la ignorancia como pasiones que apuntan al ser están del mismo lado, no son opuestas, el odio no es opuesto al amor.

El odio apunta de forma directa al otro y su forma de gozar de la vida y verifica ese rechazo radical, pleno a ese otro. Tenemos aquí la forma más fundamental del racismo.

Cuando el odio pierde su límite, su borde, de rechazo al otro, se transforma en ira y ya no alcanza solo con el repudio a las formas del otro sino que se avala desde la ira, el exterminio del otro, ya que bajo el estado de ira se diluyen todas las barreras racionales.

Asistimos de forma acentuada en esta época a un fomento al discurso del odio, caídos los grandes discursos totalizadores, caídas las propuestas idealizadoras, caídos los grandes ideales sociales del bien común.

Es decir caído el amor ilusorio, de entender al lazo social, solamente bajo el disfraz del amor, renunciar a esa forma de amor ilusoria de entender que el amor es solo posible si nada falta, no es estar solo bajo la potencia del odio, es sino vernos compelidos, empujados a generar otras formas de amor, pero no de forma ilusoria, que mantengan el tejido social y fomenten la diversidad subjetiva sin restricciones.

La situación pandemica ayudo a desnudar con crudeza, las pasiones más profundas y sus efectos.

Asistimos a formas de odio, recrudecidas, vemos a la utilización del odio como sustancia que aglutina, agrupa como argumento convocante a un encuentro de lazo social.

Si el amor es lazo que se dirige y arma un encuentro con el otro, el odio también lo hace, pero de una manera distinta, recordemos que no son opuestos.

Vemos con claridad que se puede aglutinar con cierta masividad odiando a un enemigo común, sea una persona o una idea o lo que fuera que pueda ocupar ese lugar y se lo puede hacer de tal forma que incluso vaya en contra de interese propios.

Se puede convocar a marchas masivas de esta manera, pero hay que resaltar que no importa la cantidad de asistentes, sino que conforman una masa y que el fenómeno de masas no siempre o casi nunca presenta la lógica del reclamo masivo del pueblo.

Vemos en esas convocatorias asistentes con distintas consignas, muy heterogéneas y atomizadas, pero que podrían resumirse a un factor común, el odio al otro, la idea de que el mundo sería mejor si no existiera el otro, el diferente.

Lo que estas expresiones verifican es que el adversario del amor no es el odio, ambos pertenecen a las pasiones, ambos están del mismo lado, del lado de la vida, el verdadero adversario del amor es la muerte.



Lic. Oscar Visconti.








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